martes, 5 de septiembre de 2017

La realidad virtual se hace más real

El festival de Venecia dedica una competición a las obras en primera persona
La industria del cine debate el futuro del formato

TOMMASO KOCH

Proyección en el festival de Venecia de una película de realidad virtual.

El futuro está a un par de minutos en barco. Se cruza un canal, se recorre un muelle y se supera una portezuela. En el Lazzaretto Vecchio, hace siglos, curaban a los apestados. Se dice que más de mil descansan bajo este islote. Ahora, sin embargo, acoge a la realidad virtual (VR). Tal vez no sea casual que el festival de Venecia le haya asignado justo este terreno: no quiere ser una enfermedad, pero sí contagiar. A La Mostra, que le dedica una inédita competición, con 22 proyectos. Y a cada vez más cineastas, estudios y espectadores. El director del festival, Alberto Barbera, lo tiene clarísimo: “La industria está apostando por ella como con ninguna otra novedad tecnológica del pasado”. Otros aseguran que solo alcanzará a un nicho, que marea, elimina la emoción de compartir el cine o priva a un director de su mirada. Sea como fuere, esta experiencia, que permite al espectador ver un filme en primera persona, mirando donde quiera, está en el centro del debate. ¿Remedio o peste? ¿Evolución del cine o fenómeno distinto?

Venecia ya acogió el año pasado el primer largo en VR. Era una experiencia primordial, sobre la vida de Jesucristo, que hacía agua por todos sus 360º. Pero en esta edición año el certamen más antiguo del mundo ha reforzado la propuesta vanguardista. Recibió más de cien obras: entre las seleccionadas, hay tres cineastas españoles, nombres como Laurie Anderson y formatos e historias diversísimas. Se disfrutan de pie, dentro de una instalación o sentados en una sala. El público puede navegar con una ballena, visitar un campo de concentración junto con un superviviente del Holocausto que allí perdió a su familia o sumarse a la Camorra. Basta ponerse un visor, y se viaja al centro del filme. La inmersión en la historia, según varios directores de VR, es casi inevitable. Quedarse boquiabierto, en ciertos casos, facilísimo.

“Está claro que es una frontera, no sé si la última pero es un gran salto”, asegura la cineasta Kathryn Bigelow a EL PAÍS. Colosos como Facebook, Sony o Google ya se han subido al trampolín, con inversiones millonarias. Salas ad hoc han abierto en Holanda o EE UU. Y sus usos se multiplican: cine, videojuegos, educación, salud… Hay compañías como The Void que proponen hasta un híbrido: se camina con un visor por un mundo virtual y empírico. Es decir, si el visor muestra una estantería y se trata de tocarla, ahí, en efecto, estará.

Los experimentos se disparan; los precios, por ahora, también: se puede alcanzar el millón de euros por minuto de producción. Mientras, los escépticos resisten. Y destacan los inconvenientes: la calidad de la imagen aun no es excelsa, desaparecen planos y recursos clave del cine, la libertad total abruma y lleva a perder el hilo. Hasta John Landis, que ahora preside el jurado del concurso de VR en Venecia, empezó con un rechazo. El frente VR responde que el medio apenas lleva dos años de desarrollo serio. Los resultados, prometen, serán tan sorprendentes como una historia no lineal, que reaccione al comportamiento del espectador.

Muchos dudan en catalogar su formato como cinematográfico. Alejandro González Iñárritu prefiere definir su incursión en este medio, Carne y arena, estrenada en Cannes, como una instalación artística. Como dice al que se adentra en esta experiencia que ahora es parte de la colección temporal del museo LACMA en Los Ángeles, “la realidad virtual es todo lo que el cine no es y viceversa”. Jon Favreau, otro de sus enamorados y productor de Gnomes & Goblins, lo compara con el origen del cine: “Estamos solo en los comienzos”. Pero, ¿de qué?

La última Siggraph, la mayor conferencia anual de efectos especiales y técnicas interactivas, estuvo dominada por el avance de la realidad virtual. Arrollador, sobre el papel. Según los estudios presentados en este foro se esperan 63.800 millones de euros de beneficios en los próximos cuatro años de una industria que este año no superó los 6.000. Tanto que la revista Variety definió este cálculo como “delirante”. También está proyectada la venta de 100 millones de aparatos de VR para 2021: hasta 2016, solo se llegó a un millón.

De momento, la realidad virtual también adolece de contenido y de estrellas, para competir con el cine. Michael Fassbender participó en la experiencia VR que acompañó a su último estreno, Assassin’s Creed. Pero ni Marte ni Spider-Man Homecoming ni La momia, por citar algunas de las creaciones recientes en este formato, han contado con sus protagonistas o con sus voces. De hecho hasta la fecha la mayoría de las producciones en VR no han pasado de ser parte del marketing de los estudios o proyectos experimentales con conciencia social como Carne y arena o The Protectors: Walk in the Ranger’s Shoes, plagados de problemas técnicos que complican su visionado. Falta todavía la llamada killer app: aquel producto que seduzca a un público masivo y le atraiga hacia este formato.

El Avatar del VR, por ahora, es una esperanza del mercado. Pero eso no detiene a interesados como Bigelow: “Mi idea es utilizar el mejor formato para transmitir una historia de forma impactante. Por ejemplo, sentir lo mismo que un guarda forestal en el parque congolés de Garomba, uno de los lugares más peligrosos del mundo, protegiendo elefantes que son como cajeros automáticos para las milicias que los asesinan para cambiar su marfil por AK-47”. Un relato realísimo. La VR, en el fondo, también quiere serlo.

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